En 1666 Isaac Newton hizo pasar un rayo de luz solar por un prisma triangular
Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama
Corresponsal del Chicamocha News en Europa
Lo que más sorprende de un truco de magia es que las cosas parecieran suceder por medio de fuerzas invisibles e insospechadas. De un sombrero vacío, el mago saca una paloma viva y la deja volar en medio de la aclamación de los espectadores.
A menudo, sin embargo, entre los que contemplan el espectáculo hay quienes creen estar convencidos de que se trató de un truco, pues nada aparece de la nada. Se jactan, además de su escepticismo y aseguran que, de no haber sido por mentes como la suya, llenas de pragmatismo, la especie humana no habría evolucionado como lo hizo y estaríamos todavía estancados en medio de fantasías y creyendo en poderes sobrenaturales. Para ellos, solamente es verdadero aquello que es tangible.
Sin embargo, en medio de su aparente erudición, pasan por alto un punto importante, la mayor parte de lo que existe escapa a los sentidos.
En la física, esto es evidente. El magnetismo y la electricidad no se pueden ver, sin embargo, nadie niega sus efectos. Lo mismo sucede con la gravedad e incluso con los átomos, de los que hoy todo el mundo acepta su existencia.
Otro ejemplo típico lo tenemos en la naturaleza de la luz.
Cuando en 1666 Isaac Newton hizo pasar un rayo de luz solar por un prisma triangular, se descompuso formando los colores del arcoíris. Muchos pensaron que se trataba de un truco y que era el prisma el que teñía la luz.
Para demostrar que tal no era el caso, Newton utilizó un segundo prisma por el que entraban los rayos de diferentes colores creados por el primero y aparecía de nuevo el haz de luz blanca original.
Incluso con tal prueba, hubo escépticos que continuaron buscando el truco.
Pero, afortunadamente aparecieron también otros investigadores que se propusieron profundizar en el misterio. Entre ellos figuran William Herschel, a quien en 1800 se le ocurrió medir la temperatura de cada uno de los colores así diferenciados. Con asombro registró un valor alto en una región donde no había color. Descubrió así la radiación infrarroja, que, aunque no es visible al ojo humano, se deja sentir en forma de calor.
Un año más tarde, el científico y filósofo alemán Johann Wilhelm Ritter se propuso investigar el otro extremo, el del violeta, e identificó la región que llamamos ultravioleta.
La ciencia se construye a sí misma tomando como base los aportes previos. Fue así como en 1867 James Clerk Maxwell postuló la existencia de otras zonas del espectro, más allá de las fronteras conocidas. Sus sospechas fueron corroboradas por Heinrich Hertz, quien logró producir ondas de radio en su laboratorio.
El espectro electromagnético es uno de los descubrimientos más importantes de la ciencia. Su nombre deriva del vocablo latino Spectrum, que significa «fantasma». Su rango abarca desde los rayos gama, con longitudes de onda del tamaño de un núcleo atómico, hasta las ondas de radio, que pueden alcanzar dimensiones mayores a la altura de un edificio. Sin embargo, se sospecha que va más allá y es infinito y continuo.
Los usos de las diferentes ondas del espectro son variados, muchas las hemos utilizado sin darnos cuenta de que se trata de fuerzas invisibles contenidas en los rayos que nos llegan del sol y que su aplicación se deriva, en última instancia, del análisis de lo invisible.
Entre sus usos más comunes están los rayos X, con que se toman las radiografías; las microondas, con las que funciona la telefonía móvil; las ondas de radio que nos traen las señales de la Wi-Fi y la televisión y las ultravioletas presentes en los tubos fluorescentes.
En el mundo moderno, el espectro electromagnético es un elemento clave en la transmisión de la información.
Así, por escépticos que seamos, cada vez que utilicemos el teléfono móvil deberíamos ser conscientes de que de no haber sido por aquellos que creyeron en el poder de lo intangible, hasta el punto de robarle sus secretos, no estaríamos disfrutando de los mensajes instantáneos que nos mantienen conectados con todo el planeta.