Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama
Corresponsal del Chicamocha News en Europa
El filósofo alemán Emmanuel Kant (1724 -1804) explicaba la existencia de dos realidades: La del mundo en sí, y la del mundo para mí. A la primera se le llama también objetiva, ya que se centra en la percepción externa, mientras que la segunda es subjetiva, es decir, tiene que ver con las emociones que el entorno nos produce.
Al respecto podríamos considerar la diferencia entre el precio y el valor. El precio es una medida cuantitativa del costo de un artículo y es igual para todos, tanto el rico como el pobre deben pagar lo mismo por un litro de leche.
En cuanto al valor, este se estima de acuerdo a la importancia que tenga para su propietario, por ejemplo, el broche de la abuela, viejo y oxidado, puede ser valioso para quien lo recibiera en su lecho de muerte, pero carecer de valor alguno para un tercero.
La gran diferencia entre el uno y el otro, es que el precio es aparente a todos, mientras el valor es interno. Quien puede darse el lujo de tomar el café diario en una taza de porcelana con bordes de oro obviamente es más rico que aquel que debe hacerlo en un pocillo común producido en serie. Sin embargo, tal vez el rico beba de forma automática, renegando mentalmente contra los cientos de problemas y complicaciones que tendría en el día con el papeleo, las transacciones y las tazas de cambio. Mientas que, para el pobre, la mañana, con el canto de los pájaros y la risa de los niños, es el preámbulo de un día apacible sentado en su pequeño negocio esperando la visita de sus clientes. No sería un desacierto asumir que el café supiera mejor en el segundo de los casos.
La diferencia entre el mundo externo y el interno de que nos habla Kant, toma especial relevancia a la hora de intentar modificar las circunstancias que consideramos adversas.
Al respecto existe una historia, de origen hindú, dada a conocer en occidente por el padre Jesuita Anthony de Mello (1931-1987). En ella se cuenta el esfuerzo de un monarca para mejorar la condición de vida de sus súbditos. Sucedió en la época antigua, cuando los humanos aún caminaban descalzos. Ante las constantes heridas e incomodidades causadas por el agreste terreno, al rey se le ocurrió como solución ordenar que todo su reino fuera cubierto con cuero. Los trabajos comenzaron, pero pronto se dejó ver la impracticabilidad de la idea. El sentimiento de frustración hizo sumir al bondadoso rey en un estado de melancolía. Un sabio errabundo que pasaba por el lugar se enteró de la desdicha del monarca y pidió audiencia. Ante el rey y sus ministros explicó que la idea no era descabellada, simplemente necesitaba un ajuste: En vez de tratar de cubrir todo el reino con cuero, si cada quien envolvía sus propios pies, el efecto sería el mismo, pero la labor realizable. Fue así como se inventaron los zapatos.
Los libros de Anthony de Mello contienen historias de este tipo, en el que el sentido común muchas veces es la solución. Gran parte de las complicaciones no surgen del problema en sí, sino de la forma de abordarlo.
La gran paradoja es que dichas enseñanzas no fueron vistas con buenos ojos por las autoridades eclesiásticas, y es por eso que en varias ediciones de su obra aparece la siguiente nota aclaratoria: «Los libros del padre Anthony de Mello fueron escritos en un contexto multirreligioso para ayudar a los seguidores de otras religiones, agnósticos y ateos en su búsqueda espiritual, y el autor no pretendió que fueran un manual de instrucciones sobre la fe católica en la doctrina y dogmas cristianos».
Para ellos pareciera ser más viable cubrir todo un reino con cuero, que permitir que alguien venga con ideas que ellos consideran revolucionarias, manteniendo al pueblo en ignorancia se perpetúa la manipulación heredada desde los tiempos de la colonia.
(Texto adaptado de mi libro electrónico: "Más allá de la Caverna" disponible en las tiendas Apple, Barnes&Noble, Kobo, y OverDive, entre otras. O también por tan sólo diez mil pesos escribiendo a torrespacelli@yahoo.com).